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miércoles, 25 de septiembre de 2013

VIMANAS DE LA ANTIGUA INDIA: ¿¡MÁQUINAS DE GUERRA EN LA REMOTA ANTIGUEDAD!?

Con los vimanas ocurre algo similar a al mito del diluvio mesopotámico. Nos cuentan con asombrosa "realidad" sucesos que más podrían ser elaborados por una mente privilegiada de la épica literaria. Y lo cuentan de una manera tan natural que parece obvio que quien escribe sobre ello,..... ¡¡¡¡lo vio todo!!! O por lo menos, dejó testimonio de algo tan real como la vida misma.
Vamos con el tema.

El vímāna es una mítica máquina para volar hindú, descrita en la antigua literatura de la India. Se pueden encontrar referencias sobre este artefacto —incluso su utilización en asuntos de guerra— en textos hindúes antiguos. Además de volar en la atmósfera de la Tierra, se decía que el vímana también podía viajar bajo el agua y en el espacio.
Conviene tener en cuenta, que se hace referencia a ellas como MAQUINAS y no se emplea otro concepto metafórico o retórico, que hiciese pensar en imaginativos relatos mitológicos.
Las descripciones en los Vedas (la antigua literatura india), especialmente en el Majábharata y el Bhágavat Puraná muestran vímanas de diferentes tamaños y formas, como un carro o carroza de los dioses, como un mítico automóvil aéreo, a veces funcionando como un mero asiento o trono fijo, otras veces moviéndose por sí mismo y cargando a su ocupante a través del aire. Otras descripciones hacen del vímana más como una casa o palacio (se cuenta de uno que tenía siete pisos de altura).
Si exceptuamos esta primera imagen, que hace referencia a la posible estructura de un VIMANA, las demás son auténticas alusiones encontradas en la cultura hindú a estas máquinas voladoras.
En esta de abajo la mirada hacia arriba de los presentes es clara. Esperan la llegada de....??
Fijaos bien en esta figurilla. Resulta cuando menos turbadora.

Lo de arriba no parecen sombreros mexicanos precisamente.



En este vídeo cuyo contenido no es que sea dogma a seguir, si que podemos hacernos una idea gráfica de lo que hemos comentado.


En las páginas del Ramaiana —gran poema épico hindú atribuido el poeta Valmiki— se encuentran alusiones a carros voladores que habrían sido utilizados en el curso de las guerras entre los dioses del panteón hindú.

Mientras se iban desarrollando estas cosas, Rama, el Kakutsida, le dijo a Vibhishana: «Ocúpate de procurarme un pronto regreso a mi ciudad. El camino a Ayodhyá es muy difícil de recorrer». A lo que respondió Vibhishana: «Hijo de monarca de la Tierra, yo cuidaré que te conduzcan a tu ciudad. Hay un carro llamado pushpaka, carro incomparable, resplandeciente como el Sol y que marcha por sí mismo. Montado sobre ese carro, él te conducirá sin inquietud hasta Aiodhiá.
Tras estas palabras Vibhishana llamó urgentemente al carro parecido al Sol, acompañado por su hermano y por la ilustre videhana, encendida de rubor. El raghuida, ya montado, le dijo a Sugriva: «Apresúrate a subir en el carro con tus generales, Sugriva. Sube también con tus ministros, Vibhishana, monarca de los rakshasas. Al instante, Sugriva con los reyes de los simios, y Vibhishana con sus ministros, llenos de alegría, montaron en el gran carro pushpaka. Cuando todos estuvieron embarcados, Rama ordenó al vehículo que partiese y el incomparable carro de Kuvera se elevó hacia el mismo seno de los cielos. El carro volaba como una gran nube empujada por los vientos. Desde allí paseando su mirada por doquier, el guerrero descendiente de Raghú, dijo a Sita la mithiliana, la del rostro bello como el astro de la noche: «Mira, ya veo el palacio de mi madre... ¡Ayodhyá! ¡Inclínate ante ella, Sita, mi videhana, hete aquí de regreso!

Apenas la muchedumbre, presurosa, les vio llegar como un segundo sol y con tan rápida marcha, el aire fue rasgado con potentes gritos de alegría, lanzados por ancianos, mujeres y niños. Todos gritaban: «¡Aquí está Rama!». Bharata, pasando de la tristeza a la alegría, se acercó, con las manos juntas y honró a Rama: «Sé bienvenido», pronunció, con el respeto que le merecía su hermano. Pero éste se apresuró a alzarlo, lo apretó contra su pecho y lo estrechó entre sus brazos con
alegría.

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